El grabado a punta seca es una técnica artística de reproducción de imágenes a partir del
grabado a hueco, es decir, cuya estampa final en papel vendrá dada por los mínimos surcos
practicados en la plancha matriz a partir de su rayado, no por los salientes (grabado en
relieve).
Se conocen grabados a punta seca elaborados ya en el siglo XV por Alberto
Durero, aunque su pleno desarrollo como
técnica de grabado
no se producirá hasta los inicios del XVII, pues es tomado como un complemento ideal del
aguafuerte,
resolviendo con la punta seca las áreas del dibujo de mayor detalle. Bajo estos preceptos
trabajaron artistas como Rembrandt. Desde sus orígenes se tiene como una técnica poco económica, ya
que la delicadeza de la rebaba es tal, que un uso continuado de la plancha en los sistemas de
prensado termina por hacer desaparecer inminentemente el trabajo realizado. Se calcula que a la
décima lámina ya se pueden advertir alteraciones con respecto del original. La era decimonónica lo
volverá a poner en boga con la aparición de los acerados para el tratamiento de los metales,
pudiendo extender algo más la vida de la plancha. Se produce así un resurgir del
grabado a punta seca
en Inglaterra, asentada y expandida hacia el norte de Europa hasta progresar con los modernos de la
época, véanse Marc Chagall y Edvard Munch. Los artistas de las Vanguardias históricas emplearán
también la punta seca, sobre todo los expresionistas (Max Beckmann). Hoy en día su uso se
fundamenta como compañía del aguafuerte, tal y como era entendido en el siglo XVII.
El grabado a punta seca se realiza sobre metal, siendo el más recomendable el
cobre. El zinc, más blando que el anterior, también puede ser un material recurrente para esta
actividad. En esta plancha matriz, previamente preparada para su manipulación —con la que poder
obtener un correcto resultado libre de impurezas—, el grabador creará el diseño deseado a partir de
las puntas como herramienta principal, obviando cualquier tipo de ácido (elemento característico
del aguafuerte).
Las puntas son simples agujas que han sido preparadas para su sujeción y
maniobrabilidad. Su extremo cortante no es más que un cono perfectamente definido, con el que el
artista va dibujando sobre el metal. Normalmente están fabricadas en acero, material que sufre un
desgaste considerable con el uso. Para su óptimo funcionamiento han de ser afiladas con la fricción
de piedras empapadas en aceites. Hoy día se emplean las puntas de zafiro o de
diamante, más elevadas en coste, pero son más duraderas y no requieren de un mantenimiento
tan exhaustivo.
Igual que el artista del buril, el grabador
a punta seca
se sirve de otras herramientas. Los rascadores eliminan los sobrantes metálicos, y los bruñidores
son esenciales para el pulimiento de la plancha tras ser agredida por la aguja.
Para trasladar el diseño a la plancha, y ya que ésta no permite el calco, se
puede aplicar un barniz que sirva como adhesivo, colocando el papel con el dibujo sobre el producto
a fin de quedarse adherido. Igualmente puede utilizarse un lápiz litográfico (graso), o ahumarse la
superficie de la plancha, y sobre este efecto realizar el dibujo previo.
A diferencia del
grabado a buril,
en el cual, la tinta se depositará en el vaciado que propicia su inherente herramienta, el grabado
a punta seca se definirá con la rebaba —las paredes de la milimétrica incisión— ocasionada sobre el
cobre con el fino objeto punzante. Es por esto que, el grabado a punta seca, se presta a unos
trabajos muy detallistas y precisos como son las filigranas. El resultado es de unas líneas muy
insinuantes y expresivas.
Al finalizar el grabado, es necesario limpiar la plancha de cobre con productos
químicos como el aguarrás.
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