La litografía es un método de reproducción de imágenes en estampa a partir de su previo
diseño en un soporte que actúe como matriz. A diferencia de otras
técnicas del grabado,
las cuales son en su mayoría ejercitadas sobre metal (aguafuerte,
a buril)
o madera (xilografía),
la litografía, tal y como su nombre indica, será trabajada en la piedra. Otra de las divergencias
deviene en el tratamiento de la matriz, pues si sus hermanas están bifurcadas en técnicas directas
(incisiones mediante herramientas cortantes) e indirectas (comportamiento de los ácidos sobre, por
ejemplo, el cobre), la
litografía
no precisa de un tallado propiamente dicho, por lo que no corresponde con ninguna de las
definiciones anteriores, sino que se fundamenta en un proceso tan sencillo y natural como es el
rechazo mutuo entre el agua y el aceite.
La piedra calcárea sobre la que se realiza el dibujo deseado a partir del
lápiz litográfico, éste de fibra grasa, es recubierta con ácido y goma arábiga a fin de que
el diseño quede estabilizado en la matriz pétrea. Seguidamente, la piedra es humedecida con agua y
luego se aplica la tinta. El agua se resiste a mezclarse con las zonas grasas, tanto el dibujo
perpetrado como la tinta vertida a partir de rodillos, quedándose ésta última únicamente depositada
sobre el diseño creado. Al colocar el papel sobre esta solución, y con la participación de la
prensa litográfica, se obtiene la estampa.
La litografía tiene su origen a finales del siglo XVIII con los experimentos
sobre la piedra calcárea y los elementos hidrofóbicos (aceites) del alemán Aloys Senefelder, pues
como escritor de obras de teatro, buscaba un medio económico con el que editar y multiplicar sus
creaciones literarias.
Por su carga expresiva y emocional, la
litografía
fue una herramienta clave para los románticos del XIX, dando su salto definitivo con los modernos
del París decimonónico. Los impresionistas como Edouard Manet se adaptaron a las nuevas técnicas de
impresión nacidas en esta centuria, más rápidas, sencillas y de menor coste en la producción que
los sistemas tradicionales del
grabado.
Además de la litografía, los artistas de la segunda mitad de siglo acudieron al gillotage
—sobre planchas de zinc y compuestos químicos (la sangre de dragón) como agentes mordientes—, y a
otros métodos vinculados a la novedosa fotografía propiciada por Niepce —heliograbado—. Pese a la
cruda competencia, la litografía floreció gracias al nacimiento de la comercialización masiva de la
obra de arte de esta época, además de por la célebre cartelería publicitaria que empapelaba las
calles de la ciudad y rellenaba las páginas de la prensa; actividades que llegaron al cenit con la
instauración de la libertad de expresión en el año de 1881.
El iniciador de esta renovación de los carteles anunciadores será Jules Chéret,
quien experimentó con los materiales y los procedimientos hasta enriquecer las tonalidades
cromáticas de la litografía, lo que aseguró el éxito de ésta como llamada de atención ciudadana
sobre los genuinos productos en venta y los eventos a publicitar, tanto los celebrados bajo las
carpas circenses, como los acogidos entre los muros de los teatros. También para las exposiciones y
los festejos de los locales nocturnos, produciéndose así la definitiva reconciliación entre la
industria y las artes gráficas.
Continuador del camino de Chéret, e imbuido en el Art Nouveau, Eugène Grasset
dejó una huella imborrable en el campo de la litografía publicitaria, así como en la ilustración de
libros de contenido artístico. Alphonse Mucha será otro de los personajes que adoptaron el
Modernismo para las litografías en color. Acorde con la tendencia burguesa que defendía,
produjo una cartelería de ricos motivos ornamentales; vegetales y arquitectónicos, y cuyas
pelirrojas féminas, elegantes, altivas e ingenuas a la vez, ya forman parte de los iconos de la
Historia del Arte. Bajo estos preceptos creó carteles como el de Sarah Bernhardt cual protagonista
de la obra teatral La Dama de las Camelias de Dumas, llevada a los escenarios del parisino
Theatre de la Renaissance en 1896.
El descubrimiento en occidente de la estampa japonesa marcó estéticamente el
trabajo de los artistas abiertos a la experimentación, y en esto los postimpresionistas fueron unos
verdaderos exponentes. Gauguin y van Gogh copiaron sus obras primigenias sobre lienzo a través de
la
litografía.
En el caso de Toulouse-Lautrec, será recordado como el representante de la plasmación de la
sociedad decimonónica de los bajos fondos: la prostitución, el alcoholismo, los marginados por su
físico, la homosexualidad... Este sector de la población se refugiaba en lugares en los que pasaran
desapercibidos, véase el mundo del circo y los locales nocturnos. La enfermedad que arrastra
Lautrec desde la infancia, la cual, no le permitió alcanzar una altura estándar, encontró en estos
círculos decadentes a personajes que sufrían su misma desdicha, encontrándose cómodo entre estos,
por lo que abandonó su ambiente nobiliario de cuna por los círculos del libertinaje. Frecuentó el
Moulin Rouge, el cabaret más famoso de la Historia, entablando amistad con el resto de asiduos, así
como con el personal del recinto. Se le encargarán los rótulos anunciadores del ocioso centro de
espectáculos, para los que empleó la técnica litográfica.
Este auge decimonónico de las artes gráficas, en general, y de la litografía, en
particular, igualmente se vio potenciado por la puesta en circulación de los álbumes
coleccionables, compuesto por un compendio de obras de arte modernas llevadas al grabado. A ello
contribuyeron marchantes como Vollard, que vieron una oportunidad única de hacer fortuna con la
popularización del mercado del arte.
No solo los impresionistas y los postimpresionistas utilizaron la litografía
como un método reproductor de obras de arte de calidad a bajo coste, también lo hicieron los
simbolistas como Redon, los neoimpresionistas —Signac—, e incluso los artistas de las Vanguardias
históricas ya en el siglo XX, entre ellos los fauves franceses —Rouault— y los surrealistas —Miró—.
La litografía, incluso siendo obnubilada por los procesos relacionados con la fotografía, traspasó
las fronteras del tiempo hasta llegar a las Neovanguardias de la segunda mitad de la centuria.
Roberth Motherwell dentro del Expresionismo Abstracto estadounidense, Jean Dubuffet a través del
Art Brut del Informalismo francés, o Antoni Tàpies como uno de los cabecillas de la
avant-garde española, son algunos de los nombres de grandes efigies en cuya producción
artística aparece relevantemente la litografía.
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