La linografía es una técnica artística circunscrita al mundo del grabado, cuya plancha
matriz de la que se obtiene la imagen a reproducir está fabricada en linóleo, aunque también puede
utilizarse la madera y ésta ser recubierta por el material proveniente del aceite de lino. Dicho
aceite es mezclado con otras partículas, por ejemplo las del corcho triturado, las cuales actúan
como agentes que compactan el líquido, a modo de argamasa. Se solidifica después sobre arpillerías,
adoptando la consistencia del caucho.
La aparición del linóleo en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX a
cargo de Frederick Walton, se orientó como un nuevo producto destinado al recubrimiento de suelos y
demás superficies arquitectónicas, funcionando como protectores de los materiales de construcción,
pues es bastante resolutivo en cuanto a la manutención de la higiene de las estancias. Es debido a
esto por lo que se consideraba muy útil y eficaz en las instalaciones hospitalarias o las cocinas
de los hogares comunes, hasta que a mitad de la vigésima centuria cae en desuso por la invención de
otros elementos procesados más resistentes.
Para su utilización en las artes gráficas habrá que esperar hasta la irrupción
del expresionismo alemán en los primeros años del siglo XX, movimiento impulsado por artistas de la
introspección, quienes siguieron los parámetros del tratamiento xilográfico para este novedoso
método de grabado
de imágenes. Sobre la lámina de linóleo, muy flexible y apta para el corte, se calca el diseño
elegido, y mediante gubias semicirculares y en forma de V, se retira el material sintético que
queda en las zonas blancas del dibujo, floreciendo la imagen en relieve. Ésta se empapa con tintas
a partir de rodillos, para luego colocar el papel sobre la superficie impregnada. Ejerciendo
presión, la tinta pasa al papel, obteniendo la estampa final al ser retirado cuidadosamente de la
plancha de linóleo.
El resultado es de una apariencia un tanto dramática, con figuras de rasgos
geométricos, juegos de luces y sombras, y escenarios esquemáticos; características muy afines al
arte del expresionismo. Los expresionistas desenvolvieron el linograbado en blanco y negro, tal y
como los cineastas adscritos a esta tendencia vanguardista construyeron visualmente sus películas
(Nosferatu, dirigida F. W. Murnau, 1922), pues esta estética de claroscuros ayudaba a los
propósitos de los expresionistas: insinuar, pero no mostrar. También puede utilizarse el color, por
lo que los fauvistas franceses como Henri Matisse —Patinador en movimiento, 1932— vieron en
el linograbado (o
linografía)
una técnica al servicio de sus creaciones, cuya centralización es el cromatismo llamativo y
fuertemente contrastado.
Avanzado el tiempo, ya en la década de los 50, Picasso evolucionó la técnica,
incluyendo la participación de diferentes colores a la vez sin tener que emplear varias planchas de
linóleo. Él mismo lo denominó grabado «a la plancha perdida», pues su uso repetido termina
por destruir la matriz. Es algo más laborioso que el
linograbado
original, pero el coste se reduce drásticamente. Con este procedimiento creó infinidad de piezas,
entre ellas sus preciados retratos cubistas como su Jacqueline de 1962, y la temática
taurina que tanto desempeñó a lo largo de su carrera, ejemplarizada por Picador y torero,
obra de 1959. Hans Arp (1887-1966), vinculado al dadaísmo y al surrealismo por su poesía, es hoy
conocido internacionalmente por su escultura inmiscuida en la abstracción, creando piezas metálicas
similares a las formas pictóricas y biomórficas de Kandisnky o Miró. Asimismo, estas figuras
simplificadas las trasladó al linograbado.
Por su escaso desembolso económico en la producción, y la facilidad con la que
se trabaja sobre el material manufacturado, los artistas de la contemporaneidad continúan aplicando
la técnica de la linografía para la creación de la obra de arte.
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