El grabado a buril es una técnica artística de reproducción de imágenes clasificada dentro
de los considerados grabados a hueco, es decir, cuyo producto en papel vendrá dado por las zonas
del dibujo que han sido vaciadas, diferenciándose de los grabados en relieve como la
xilografía,
en los cuales, la solución la otorga el plano que queda resaltado en la superficie. De todas las
disciplinas que existen dentro del grabado, el método
a buril
es el de mayor complejidad. Prácticamente no permite error alguno, por lo que la destreza del
artífice es la máxima responsable. Requiere, por ello, largas jornadas de práctica y
preparación.
Para grabar a buril es necesaria una plancha matriz de metal. El cobre es el que
mejores prestaciones posee para esta actividad, aunque también puede utilizarse el zinc o el latón,
y más modernamente el plexiglás. La plancha debe tener un grosor que circunde los 1, 5 mm., ni muy
fina ni muy espesa, adaptada al corte más o menos superficial que el grabador ejercerá sobre
ésta.
La imagen prediseñada se traslada al metal, bien por la incisión de líneas que
servirán como guía al hacedor, realizadas éstas a partir del modelo en papel primeramente
posicionado sobre el cobre, o bien con la participación de simples puntos a seguir dispuestos
directamente en el metal con tinta china. El artista puede renunciar a estos moldes previos,
siempre y cuando domine la técnica y tenga bien claro lo que pretenda plasmar en el metal, pues si
algo identifica al
grabado a buril
es inequívocamente la demostración de talento y la maña que requiere.
El trabajo sobre el metal demanda como herramienta clave el buril: una
varilla delgada y corta de acero de sección cuadrangular o romboidal, terminada en forma cortante.
Está culminada por un taco de madera redondeado y diseñado para encajar perfectamente en la mano
del grabador. La punta del buril puede ser plana, para líneas precisas, o a romo; de borde ovalado
para la incisión de líneas más anchas. Si el buril posee varias puntas a la vez se le denomina
velo. El buril debe permanecer siempre afilado, por lo que requiere de un mantenimiento constante.
Para ello se acude a una piedra impregnada en aceites por la que se roza el extremo cortante del
buril hasta su puesta a punto.
Otros utensilios son los rascadores, parecidos al buril aunque sin mango, y cuyo
uso se da en la eliminación de las barbas del metal, es decir, los sobrantes helicoidales que
genera la penetración del buril. También el bruñidor, con el que se perfecciona el acabado al
borrar las líneas accidentales, siempre y cuando no sean de una profundidad considerable, estas
últimas imposibles de disimular en la estampa final.
El buril se desliza sobre el cobre con un movimiento de fricción, nunca hacia
abajo. Esto es para las líneas rectas. Para las curvas es necesaria la participación de la mano
opuesta que sujeta el buril, pues con ella se hace girar la plancha de izquierda a derecha, dejando
inmóvil la herramienta. Es posible crear rayados de mayor tosquedad a partir de la brusca retirada
del buril justo en el momento en el que se termina el trazado de la línea. Si se desea que ésta
termine más decorosa y delicadamente, se procede mediante una profanación de paulatina fuerza
descendente. Con un mayor o menor número de perforaciones lineales próximas entre sí, y el grado de
profundidad, el grabado a buril consigue diferentes texturas y tonalidades.
En los surcos propiciados por el buril se vierte la tinta. Al colocar el papel
sobre la plancha y ejercer presión con los sistemas de prensado, dichos huecos impregnados son los
que harán florecer el diseño en la celulosa, obteniendo así la estampa.
Se entienden como precedentes del grabado a buril todas aquellas manifestaciones
plásticas que el ser humano del Paleolítico Superior plasmó sobre las rocas y las paredes de las
cavernas. En estos casos, eran llevadas a cabo con otras piedras de mayor dureza que las que
funcionan como soporte, o mediante los huesos de animales utilizados como herramientas de
corte.
El Mundo Antiguo continuó empleando esta práctica de marcaje para la
ornamentación de vasijas y armaduras, también en joyas y metales preciosos.
Para su uso de obtención de estampas habrá que esperar hasta la Edad Media,
utilizadas para la difusión de la imagen y los textos sagrados. Mayormente en su versión visual,
más que tipográfica, pues no hace falta recordar los niveles de analfabetismo entre la población de
estos tiempos, por lo que el fiel era adoctrinado bajo el poder de la ilustración; fácil y rápida
de asimilar que un argumento escrito.
El grabado a buril florecerá en el Renacimiento, ya que los artistas comienzan a
apreciarlo como una técnica interesante para producir sus obras. Valorarán la expresividad que
genera el compendio de líneas a hueco, las cuales, generan texturas y degradaciones cromáticas (del
gris claro al negro). Destacarán países como Alemania, con Durero a la cabeza —Adán y Eva—.
Asimismo, Italia tendrá su papel relevante gracias a la delicadeza del trabajo sobre metal
realizado por autores como Andrea Mantegna —La flagelación—.
Por su complejidad, laboriosidad y tiempo requerido, la pervivencia del grabado
a buril ha sido un tanto inestable a lo largo de la
historia del grabado.
Si bien se vio beneficiado por la invención de la imprenta y la aparición de los talleres
vinculados a grandes efigies del arte como Rubens, el siglo XVII destronará el sacrificado buril
por la implantación de los prácticos ácidos que corroen los metales. Ya en el prerromanticismo
inglés, a finales del XVIII, William Blake retoma el trabajo
a buril,
quien volvió a emplear los métodos artísticos de los maestros grabadores del Renacimiento. Sin
embargo, los artífices decimonónicos prefirieron el
aguafuerte
para sus obras grabadas, y de ejemplo se conservan las misteriosas e inquietantes escenas de
Goya.
Pese a ser una técnica de producción lenta y paciente, la modernidad de la
vigésima centuria supo apreciar la expresividad de los huecos que genera el buril. El mayor
exponente en la materia será William Hayter, cuyas creaciones muy próximas a la abstracción fueron
conocidas tanto en Europa como en América. Se le relacionó con el surrealismo y con el
Expresionismo Abstracto de la Escuela de Nueva York.
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