El aguafuerte es una técnica de grabado de imágenes y su posterior estampación invertida
sobre papel, perteneciente a la rama de las calcografías (a hueco). Su resultado se obtendrá a
través de la mordida que sufre la plancha metálica al ser sumergida en ácidos, por lo que el
aguafuerte
es identificado como un método de ataque indirecto, diferenciándose así de los directos, cuya
manipulación vendrá dada por las incisiones que la mano del grabador genera con los utensilios
pertinentes, tales como el buril.
Para grabar un aguafuerte es necesaria una plancha, por lo general, de cobre,
aunque también se puede recurrir al zinc, o incluso al aluminio. Su preparación es esencial para
conseguir unos resultados satisfactorios, alisando la superficie con piedras de afilar y carbón
de grabador (originario del sauce), y luego puliéndolas con aceites aplicados mediante
muñequillas: una tela de lienzo hecha un cilindro y sujetada a modo de bastón con la que ir
impregnando el aceite. Después de este proceso, la matriz ha de ser limpiada con amoniaco rebajado
con agua a fin de eliminar todo rastro de grasa.
Los cantos de la plancha son biselados para evitar que el papel de la estampa
quede dañado a causa de la presión que ejercerá la prensa. Tras esto se aplican los barnices duros,
que se convierten en líquidos al calentar previamente la plancha. Con ayuda de rodillos y
muñequillas se extiende el barniz que reaccionará ante los ácidos, y sobre éste, la capa de cera en
la que el grabador dibuje la imagen deseada. Las líneas abiertas en la cera hasta rozar la
superficie barnizada, nunca penetrada gravemente por los utensilios, son las que compondrán el
diseño final al ser sumergida la matriz en el ácido nítrico, pues éste transforma la apariencia de
las áreas que no se encuentran bajo la protección del barniz.
El grabador se sirve de las puntas o agujas para dibujar en la plancha. Han de
ser redondeadas, no afiladas, pues rayarían el metal. Para la elaboración de líneas de mayor grosor
se acude al échoppe; una punta a bisel.
Sobre la plancha ya modificada por la mano del aguafortista se vierte la
tinta, quedando depositada en las zonas mordidas por el ácido. Colocando un papel húmedo sobre el
diseño y cubierto por mantillas, se pasa por el
tórculo:
sistema de prensado a partir de rodillos que presionan el cobre y la celulosa hasta lograr la
estampa.
Aunque ya se conocían los ácidos en épocas anteriores, será durante el siglo XVI
cuando se le den un uso artístico, tanto en Italia como en Alemania. Los grabadores por excelencia
del renacimiento, Durero y van Leyden acudieron al
aguafuerte.
También Rembrandt y Hollar en la centuria siguiente. Para la posteridad han quedado las cárceles
imaginarias (serie Prisiones) al aguafuerte de Piranesi, producidas en la era dieciochesca.
Pero el personaje que encontró el mejor rendimiento de esta técnica al mezclarla con el
aguatinta y la
punta seca
será Francisco de Goya (1746-1828). Con este método creó sus series de grabados más afamados: los
Caprichos, 80 láminas que critican duramente a la sociedad de finales del XVIII, sin
librarse de la sátira la clase política; los Desastres, 82
grabados
acometidos a principios del XIX como reflejo de la crudeza del conflicto armado propiciado por la
Guerra de la Independencia Española contra el asedio francés; y la Tauromaquia, 33 planchas
(más 11 incluidas en la segunda edición) con escenas taurinas cual símbolo de la tradición popular
nacional.
A partir de aquí, Inglaterra se establecerá como la capital del grabado, pues
alberga a autores tan relevantes para esta disciplina como Whistler. Actividad que se extenderá
hasta el siglo XX, surgiendo múltiples exposiciones de estampas al aguafuerte en la capital del
Reino. Hoy día, el país que mejor acoge la técnica artística del grabado es Estados Unidos, pues
posee una variedad de asociaciones e instituciones encargadas de su conservación y pervivencia.
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